Mensaje de Apertura

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lunes, 1 de noviembre de 2010

Comentario De Texto

Analisis de las ideas mas importantes

En este texto se pueden apreciar claramente las ideas principales del pensamiento de Alexis de Toqueville. Como bien se ha comentado anteriormente, el pensamiento del autor en cuestión gira en torno a la democracia y la igualdad, ideas del autor que se ven reforzadas para él con su viaje a los Estados Unidos de América. Así pues, el autor comienza hablando de lo llamativo que le resultó la igualdad de condiciones que lo ve como un “generador de donde todo se deriva”, estableciendo igualdad, en cuanto a ley se refiere, y máximas para sus gobernantes además de “nuevos hábitos y sentimientos”. En síntesis, la igualdad de condiciones abarca tanto la sociedad civil como el gobierno estadounidense en sí.

Más adelante en el texto, Toqueville comenta que traslada tal pensamiento a su continente, Europa, y llega a la conclusión que la democracia y la igualdad de condiciones se está abriendo paulatinamente un camino hacia los gobiernos europeos a pesar del gran rechazo que hay por parte de los más conservadores y defensores del “Antiguo régimen”. Analiza, en los últimos 700 años en Europa (desde 1800, no olvidemos que Toqueville es un ilustrado del S.XIX), diversos hechos que han tenido lugar y comenta que se da cuenta que la igualdad se ve reflejada en diversos actos de la humanidad europea como el empleo de la pólvora que “iguala el villano con el noble” o el protestantismo donde “todos tienen las mismas prerrogativas para llegar al cielo”. También observa que “se acercan más” los nobles a los plebeyos y viceversa en cuanto a estatus social (en el texto, comenta que se debe al dinero).

En cuanto a la sociedad democrática francesa, de lo que trata gran parte del texto, se puede apreciar impresiones negativas del autor dando la sensación que estaba corrupta o “podrida por dentro” por decirlo de alguna manera. La frase del texto “La democracia ha estado, pues, abandonada a sus instintos salvajes; ha crecido como esos niños privados de cuidados paternales, que se crían por sí mismos en las calles de las ciudades y no conocen de la sociedad más que sus vicios y miserias” expresa con bastante claridad la opinión sobre la democracia en Francia, teniendo una democracia donde solo se ha visto lo malo y no se ha conocido lo mejor que puede dar, la cual es bastante inestable en la época en cuestión.

Cabe señalar que Toqueville nota como un miedo por parte de la religión hacia el avance democrático (el cual lo califica de: “universal, durable y escapa a la potestad humana”) y comenta que no es necesario que Dios hable para que nos demos cuenta que su voluntad es el progreso hacia una sociedad “democrática e igualitaria”, lo cual lo convertiría en algo sagrado y oponerse a ello, al avance de la democracia, sería ir en contra de Dios.

En síntesis, Toqueville toma como modelo social y gubernamental a los Estados Unidos de América (cuyo desarrollo de tal modelo indica que se debe a diversos factores como no tener enemigos fronterizos y ser un país nuevo donde los colonos que llegaron y fundaron el país han traído consigo ideas nuevas y distintas a las de Europa del momento facilitaron a crear nuevos hábitos y nuevas leyes, más próximas a la idea de igualdad y democracia). Aunque ve que en Francia, los ideales de “democracia e igualdad” no se concilian del todo, no pierde la esperanza que Francia acabe como EE.UU.

Explicar conceptos mas importantes que aparecen en el texto

Democracia: se trata de una forma de organización de la sociedad de un país. Para Tocqueville esta es la mejor manera de organizar un país, tomando al sistema democrático de Estados Unidos como el modelo perfecto de democracia, ya que para él ésta debe ser un estado igualitario donde todos sean iguales ante la ley, siendo la libertad y la igualdad sus principios, ya que en Europa, a pesar de ser todos iguales, se mantienen las connotaciones psicológicas que distinguen a las clases sociales (ricos vs pobres, nobles vs campesino...).
Igualdad de condiciones: para Tocqueville la sociedad no tiene que tener clases sociales, sino que todos son iguales. La sociedad es lo mejor para la mayoría, ya que seguirá habiendo diferencias, pero no será como antes de la democracia donde unos eran muy ricos y otros muy pobres

Relacionar el fragmento con el pensamiento general del autor

Tocqueville se considera uno de los defensores históricos del liberalismo y de la democracia. Abogó  por la caridad privada en lugar de la ayuda de Estado  para el cuidado de los pobres.
La sociedad a medida que ha ido pasando el tiempo y se ha modernizado ha provocado la eliminación de las fisuras entre las personas favoreciendo la igualdad entre ellas.
Insistió en que esta tendencia se podía realizar de las más variadas formas y coexistir con muy diferentes tipos de organización.
Según Tocqueville el cambio que se ha producido en la sociedad viene provocado por la aspiración de los hombres hacia la igualdad.
Tocqueville era de la opinión que  si a la humanidad le ponían en la tesitura  de elegir entre libertad e igualdad siempre se declinaría por la segunda  siempre y cuando el poder público les proporcione un mínimo de seguridad y de vida.
Sin embargo al observar una de sus obras más importantes “La Democracia en América” la libertad en las sociedades democráticas es un bien mayor el cual debe sobreponerse a la igualdad, ya que a pesar que la igualdad sea una cualidad común  a lo largo de la historia de la humanidad no significa que sea la más indicada, porque la igualdad tiene cierta connotaciones morales que entran en conflicto en la relación ciudadano- estado.

Relacionarlo con el contexto historico 

La primera gran influencia que se aprecia en la principal obra de Alexis de Tocqueville, ’La democracia en América’, constituye en sí misma parte de la esencia del pensamiento que pretende transmitir este pensador francés. Porque será su visión de  la Francia y la Europa que él conoce, marcada por fuertes tensiones entre el Antigua Régimen y el liberalismo que iba emergiendo en su época, la que va establecer los parámetros que van trazando esa comparación entre la cultura e la igualdad de condiciones que se preconiza en Estados Unidos, con las limitaciones a la libertad que imponía ese conservadurismo contra el que luchan las primeras revoluciones burguesas. Su viaje a América le permite descubrir el valor de esa igualdad tan difícil de alcanzar en el viejo continente por las trabas de monarquías absolutistas en las que en nada se tiene en cuenta los derechos del pueblo, importando sólo la concentración del poder en la figura de un rey.
Frente a ello, Tocqueville se siente atraído por el pensamiento liberal, ese despertar a la razón y la ciencia en el período de la Ilustración. A lo largo del siglo XVIII el Antiguo régimen impuso una forma de gobierno contraria a todo concepto de igualdad. La sociedad estaba organizada de forma estamental, dividida por tanto entre poderosos y las clases menos pudientes. Sin embargo, la corriente del liberalismo se fue abriendo paso también durante ese siglo, defendiendo que la soberanía no ha de recaer en ningún rey, sino en la nación, entendida como una comunidad con una tradición histórica común. Un sociedad en la que se dará valor al voto, como expresión del ciudadanos, y en laque se apuesta por la supresión de los estamentos, defendiéndose por encima de todo la igualdad de los individuos ante la ley.
En ese período convulso de choque entre ambas formas de pensamiento, conceptos tan opuestos para servir de base a la sociedad, surge precisamente, a modo de reflexión, la obra Tocqueville. Él, que incluso perdió a algún familiar guillotinado en la Revolución Francesa, va descubriendo el valor de las ideas ilustradas, el legado de ese Siglo de las Luces, y lo interioriza desde su experiencia. La Revolución Francesa de finales del XVIII expresó el rotundo rechazo a la autoridad real, a toda forma de gobierno autoritario, aunque lo conseguido con la revolución fue deviniendo en un nuevo período contrario al liberalismo, un imperio, el de Napoleón, en el que ya no tenían validez las tres premisas claves de la revolución. Libertad, Igualdad ,fraternidad. Unas ideas que de otro modo, y por oposición, Tocqueville sí encontrará en América, donde no llega a existir nunca la figura autoritaria del Rey, donde prende con fuerza un colonialismo que termina plasmándose en la creación de un nuevo modelo de estado. Y es ahí, ese triunfo de la democracia en América, donde culmina el debate teórico planteado por Tocqueville.
Ya en 1830 había estallado en París una nueva revolución surgida de la crisis económica, un nuevo connato de reivindicación contra las diferencias establecidas desde el poder, una situación que probaba la imposibilidad de mantener fórmula se gobierno caducas. Precisamente en el inicio de esta década se registra el viaje a América de Tocqueville, comprobado cómo frente a criterios de desigualdad que imperaban en el Viejo Conteniente, la democracia se presenta como una forma de gobierno del todo positiva para impedir los desmanes de gobiernos despóticos.

Opinión

Es curioso cómo, nacido en el seno de una familia francesa de ultra monárquicos, Aléxis de Tocqueville defiende el valor del conocimiento y lo convierte en base de su pensamiento político. Porque él, que ha conocido los efectos de una revolución que reivindicaba la libertad y la igualdad, conoce también sobradamente las consecuencias de gobiernos autoritarios, que eliminan cualquier concepto igualitario, antes al contrario, establecen división de clases y total sometimiento a un poder único y en nada participativo. Frente a ello, Tocqueville se revela, desde el conocimiento de otra realidad, la sociedad americana, reivindicando el verdadero sentido de la igualdad de condiciones, aplicada en todos los planos. Por ello, se alza como una voz relevante, capaz de superar los condicionantes y limitaciones de una ambiente y una época, para descubrir y poner en común las ventajas y los logros alcanzados en esa misma época, en otros lugares y ambientes donde no se imponen trabas a la libertad del individuo para expresarse y crecer socialmente, un espacio, la Norte América de aquellos inicios del siglo XIX, donde todos los hombres contaban. El triunfo del liberalismo, frente al Antiguo Régimen. (la opinión ha sido realizada por Alejandro Romero Martin y Javier García Peña, Daniel Vicente Salamanca y Marcos Andres Poggeti Lund secundamos dicha opinión).

viernes, 29 de octubre de 2010

Texto

¿Qué es la democracia? 

Entre las cosas nuevas que durante mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención, ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones. Descubrí sin dificultad la influencia prodigiosa que ejerce este primer hecho sobre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público cierta dirección, determinado giro a las leyes; a los gobernantes máximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados.
Pronto reconocí que ese mismo hecho lleva su influencia mucho más allá de las costumbres políticas y de las leyes, y que no domina menos sobre la sociedad civil que sobre el gobierno: crea opiniones, hace nacer sentimientos, sugiere usos y modifica todo lo que no es productivo.
Así pues, a medida que estudiaba la sociedad norteamericana, veía cada vez más, en la igualdad de condiciones, el hecho generador del que cada hecho particular parecía derivarse, y lo volvía a hallar constantemente ante mí como un punto de atracción hacia donde todas mis observaciones convergían.
Entonces, transporté mi pensamiento hacia nuestro hemisferio, y me pareció percibir algo análogo al espectáculo que me ofrecía el Nuevo Mundo. Vi la igualdad de condiciones que, sin haber alcanzado como en los Estados Unidos sus límites extremos, se acercaba a ellos cada día más de prisa, y la misma democracia, que gobernaba las sociedades norteamericanas, me pareció avanzar rápidamente hacia el poder en Europa.
Desde ese momento concebí la idea de este libro.
Una gran revolución democrática se palpa entre nosotros. Todos la ven; pero no todos la juzgan de la misma manera. Unos la consideran como una cosa nueva y, tomándola por un accidente, creen poder detenerla todavía; mientras otros la juzgan indestructible, porque les parece el hecho más continuo, el más antiguo y el más permanente que se conoce en la historia.
Me remonto por un momento a lo que era Francia hace setecientos años. La veo repartida entre un pequeño número de familias que poseen la tierra y gobiernan a los habitantes. El derecho de mandar pasa de generación en generación con la herencia. Los hombres no tienen más que un solo medio de dominar unos a los otros: la fuerza. No se reconoce otro origen del poder que la propiedad inmobiliaria.
Pero he aquí el poder político del clero que acaba de fundarse y que muy pronto va a extenderse. El clero abre sus filas a todos, al pobre y al rico, al labriego y al señor; la igualdad comienza a penetrar por la Iglesia en el seno del gobierno, y aquél que hubiera vegetado como un siervo en eterna esclavitud, se acomoda como sacerdote entre los nobles, y a menudo se sitúa por encima de los reyes.
Al volverse con el tiempo más civilizada y más estable la sociedad, las diferentes relaciones entre los hombres se hacen más complicadas y numerosas. La necesidad de las leyes civiles se hace sentir vivamente. Entonces nacen los legistas. Salen del oscuro recinto de los tribunales y del reducto polvoriento de los archivos, y van a sentarse a la corte del príncipe, al lado de los barones feudales cubiertos de armiño y de hierro.
Los reyes se arruinan en las grandes empresas. Los nobles se agotan en las guerras privadas. Los labriegos se enriquecen con el comercio. La influencia del dinero comienza a sentirse en los asuntos del Estado. El negocio es una fuente nueva que se abre a los poderosos, y los financieros se convierten en un poder político que se desprecia y adula al propio tiempo.
Poco a poco, las luces se difunden. Se despierta la afición a la literatura y a las artes. Las cosas del espíritu llegan a ser elementos de éxito. La ciencia es un método de gobierno. La inteligencia una fuerza social y los letrados tienen acceso a los negocios.
Sin embargo, a medida que se descubren nuevos caminos para llegar al poder, oscila el valor del nacimiento. En el siglo Xl, la nobleza era de un valor inestimable; se compra en el siglo XIII; el primer ennoblecimiento tiene lugar en 1270, y la igualdad llega por fin al gobierno por medio de la aristocracia misma.
Durante los setecientos años que acaban de transcurrir, a veces, para luchar contra la autoridad regia o para arrebatar el poder a sus rivales, los nobles dieron preponderancia política al pueblo.
Más a menudo aún, se vio cómo los reyes daban participación en el gobierno a las clases inferiores del Estado, a fin de rebajar a la aristocracia.
En Francia, los reyes se mostraron los más activos y constantes niveladores. Cuando se sintieron ambiciosos y fuertes, trabajaron para elevar al pueblo al nivel de los nobles; y cuando fueron moderados y débiles, tuvieron que permitir que el pueblo se colocase por encima de ellos mismos. Unos ayudaron a la democracia con su talento, otros con sus vicios. Luis XI y Luis XIV tuvieron buen cuidado de igualarlo todo por debajo del trono, y Luis XV descendió él mismo con su corte hasta el último peldaño.
Desde que los ciudadanos comenzaron a poseer la tierra por medios distintos al sistema feudal y en cuanto fue conocida la riqueza mobiliaria, que pudieron a su vez crear la influencia y dar el poder, no se hicieron descubrimientos en las artes, ni hubo adelantos en el comercio y en la industria que no crearan otros tantos elementos nuevos de igualdad entre los hombres. A partir de ese momento, todos los procedimientos que se descubren, todas las necesidades que nacen y todos los deseos que se satisfacen, son otros tantos avances hacia la nivelación universal. El afán de lujo, el amor a la guerra, el imperio de la moda, todas las pasiones superficiales del corazón humano, así como las más profundas, parecen actuar de consuno en empobrecer a los ricos y enriquecer a los pobres.
En cuanto los trabajos de la inteligencia llegaron a ser fuentes de fuerza y de riqueza, se consideró cada desarrollo de la ciencia, cada conocimiento nuevo y cada idea nueva, como un germen de poder puesto al alcance del pueblo. La poesía, la elocuencia, la memoria, los destellos de ingenio, las luces de la imaginación, la profundidad del pensamiento, todos esos dones que el Cielo concede al azar, beneficiaron a la democracia y, aun cuando se encontraron en poder de sus adversarios, sirvieron a la causa poniendo de relieve la grandeza natural del hombre. Sus conquistas se agrandaron con las de la civilización y las de las luces, y la literatura fue un arsenal abierto a todos, a donde los débiles y los pobres acudían cada día en busca de armas.
Cuando se recorren las páginas de nuestra historia, no se encuentran, por decirlo así, grandes acontecimientos que desde hace setecientos años no se hayan orientado en provecho de la igualdad.
Las cruzadas y las guerras de los ingleses diezman a los nobles y dividen sus tierras; la institución de las comunas introduce la libertad democrática en el seno de la monarquía feudal; el descubrimiento de las armas de fuego iguala al villano con el noble en el campo de batalla; la imprenta of rece iguales recursos a su inteligencia; el correo lleva la luz, tanto al umbral de la cabaña del pobre, como a la puerta de los palacios; el protestantismo sostiene que todos los hombres gozan de las mismas prerrogativas para encontrar el camino del cielo. La América, descubierta, tiene mil nuevos caminos abiertos para la fortuna, y entrega al oscuro aventurero las riquezas y el poder.
Si a partir del siglo XI, examinamos lo que pasa en Francia de cincuenta en cincuenta años, al cabo de cada uno de esos períodos, no dejaremos de percibir que una doble revolución se ha operado en el estado de la sociedad. El noble habrá bajado en la escala social y el labriego ascendido. Uno desciende y el otro sube. Casi medio siglo los acerca, y pronto van a tocarse.
Y esto no sólo sucede en Francia. En cualquier parte hacia donde dirijamos la mirada, notaremos la misma revolución que continúa a través de todo el universo cristiano.
Por doquiera se ha visto que los más diversos incidentes de la vida de los pueblos se inclinan en favor de la democracia. Todos los hombres la han ayudado con su esfuerzo: los que tenían el proyecto de colaborar para su advenimiento y los que no pensaban servirla; los que combatían por ella, y aun aquellos que se declaraban sus enemigos; todos fueron empujados confusamente hacia la misma vía, y todos trabajaron en común, algunos a pesar suyo y otros sin advertirlo, como ciegos instrumentos en las manos de Dios.
El desarrollo gradual de la igualdad de condiciones es, pues, un hecho providencial, y tiene las siguientes características: es universal, durable, escapa a la potestad humana y todos los acontecimientos, como todos los hombres, sirven para su desarrollo.
¿Es sensato creer que un movimiento social que viene de tan lejos, puede ser detenido por los esfuerzos de una generación? ¿Puede pensarse que después de haber destruido el feudalismo y vencido a los reyes, la democracia retrocederá ante los burgueses y los ricos? ¿Se detendrá ahora que se ha vuelto tan fuerte y sus adversarios tan débiles?
¿Adónde vamos? Nadie podría decirlo; los términos de comparación nos faltan; las condiciones son más iguales en nuestros días entre los cristianos, de lo que han sido nunca en ningún tiempo ni en ningún país del mundo; así, la grandeza de lo que ya está hecho impide prever lo que se puede hacer todavía
El libro que estamos por leer ha sido escrito bajo la impresión de una especie de terror religioso producido en el alma del autor al vislumbrar esta revolución irresistible que camina desde hace tantos siglos, a través de todos los obstáculos, y que se ve aún hoy avanzar en medio de las ruinas que ha causado.
No es necesario que Dios nos hable para que descubramos los signos ciertos de su voluntad. Basta examinar cuál es la marcha habitual de la naturaleza y la tendencia continua de los acontecimientos. Y sé, sin que el Creador eleve la voz, que los astros siguen en el espacio las curvas que su dedo ha trazado.
Si largas observaciones y meditaciones sinceras conducen a los hombres de nuestros días a reconocer que el desarrollo gradual y progresivo de la igualdad es, a la vez, el pasado y el porvenir de su historia, el solo descubrimiento dará a su desarrollo el carácter sagrado de la voluntad del supremo Maestro. Querer detener la democracia parecerá entonces luchar contra Dios mismo. Entonces no queda a las naciones más solución que acomodarse al estado social que les impone la Providencia.
Los pueblos cristianos me parecen presentar en nuestros días un espectáculo aterrador. El movimiento que los arrastra es ya bastante fuerte para poder suspenderlo, y no es aún lo suficientemente rápido para perder la esperanza de dirigirlo: su suerte está en sus manos; pero bien pronto se les escapa.
Instruir a la democracia, reanimar si se puede sus creencias, purificar sus costumbres, reglamentar sus movimientos, sustituir poco a poco con la ciencia de los negocios públicos su inexperiencia y por el conocimiento de sus verdaderos intereses a los ciegos instintos; adaptar su gobierno a los tiempos y lugares; modificarlo según las circunstancias y los hombres: tal es el primero de los deberes impuestos en nuestros días a aquellos que dirigen la sociedad.
Es necesaria una ciencia política nueva a un mundo enteramente nuevo.
Pero en esto no pensamos casi: colocado en medio de un río rápido, fijamos obstinadamente la mirada en algunos restos que se perciben todavía en la orilla, en tanto que la corriente nos arrastra y nos empuja retrocediendo hacia el abismo.
No hay pueblos en Europa, entre los cuales la gran revolución social que acabo de describir haya hecho más rápidos progresos que el nuestro. Pero aquí siempre ha caminado al azar.
Los jefes de Estado jamás le han hecho ningún preparativo de antemano; a pesar de ellos mismos, ha surgido a sus espaldas. Las clases más poderosas, más inteligentes y más morales de la nación no han intentado apoderarse de ella, a fin de dirigirla. La democracia ha estado, pues, abandonada a sus instintos salvajes; ha crecido como esos niños privados de los cuidados paternales, que se crían por sí mismos en las calles de las ciudades y que no conocen de la sociedad más que sus vicios y miserias Todavía se pretendió ignorar su presencia, cuando se apoderó de improviso del poder. Cada uno se sometió con servilismo a sus menores deseos; se la ha adorado como a la imagen de la fuerza; cuando en seguida se debilitó por sus propios excesos, los legisladores concibieron el proyecto de instruirla y corregirla y, sin querer enseñarle a gobernar, no pensaron más que en rechazarla del gobierno.
Así resultó que la revolución democrática se hizo en el cuerpo de la sociedad, sin que se consiguiese en las leyes, en las ideas, las costumbres y los hábitos, que era el cambio necesario para hacer esa revolución útil. Por tanto, tenemos la democracia, sin aquello que atenúa sus vicios y hace resaltar sus ventajas naturales; y vemos ya los males que acarrea, cuando todavía ignoramos los bienes que puede darnos.
Cuando el poder regio, apoyado sobre la aristocracia, gobernaba apaciblemente a los pueblos de Europa, la sociedad, en medio de sus miserias, gozaba de varias formas de dicha, que difícilmente se pueden concebir y apreciar en nuestros días.
El poder de algunos súbditos oponía barreras insuperables a la tiranía del príncipe; y los reyes, sintiéndose revestidos a los ojos de la multitud de un carácter casi divino, tomaban, del respeto mismo que inspiraban, la resolución de no abusar de su poder.
Colocados a gran distancia del pueblo, los nobles tomaban parte en la suerte del pueblo con el mismo interés benévolo y tranquilo que el pastor tiene por su rebaño; y, sin acertar a ver en el pobre a su igual, velaban por su suerte, como si la Providencia lo hubiera confiado en sus manos.
No habiendo concebido más idea del estado social que el suyo, no imaginando que pudiera jamás igualarse a sus jefes, el pueblo recibía sus beneficios, y no discutía sus derechos. Los quería cuando eran clementes y justos, y se sometía sin trabajo y sin bajeza a sus rigores, como males inevitables enviados por el brazo de Dios. El uso y las costumbres establecieron los límites de la tiranía, fundando una clase de derecho entre la misma fuerza.
Si el noble no tenia la sospecha de que quisieran arrancarle privilegios que estimaba legitimas, y el siervo miraba su inferioridad como un efecto del orden inmutable de la naturaleza, se concibe el establecimiento de una benevolencia recíproca entre las dos clases tan diferentemente dotadas por la suerte. Se velan en la sociedad, miserias y desigualdad, pero las almas no estaban degradadas.
No es el uso del poder o el hábito de la obediencia lo que deprava a los hombres, sino el desempeño de un poder que se considera ilegítimo, y la obediencia al mismo si se estima usurpado u opresor.
A un lado estaban los bienes, la fuerza, el ocio y con ellos las pretensiones del lujo, los refinamientos del gusto, los placeres del espirito y el culto de las artes. Al otro el trabajo, la grosería y la ignorancia.
Pero en el seno de esa muchedumbre ignorante y grosera, se encontraban también pasiones enérgicas, sentimientos generosos, creencias arraigadas y salvajes virtudes.
El cuerpo social, así organizado, podría tener estabilidad, poderío y sobre todo, gloria.
Pero he aquí que las clases se confunden; las barreras levantadas entre los hombres se abaten; se divide el dominio, el poder es compartido, las luces se esparcen y las inteligencias se igualan. El estado social entonces vuélvese democrático, y el imperio de la democracia se afirma en fin pacíficamente tanto en las instituciones como en las conciencias.
Concibo una sociedad en la que todos, contemplando la ley como obra suya, la amen y se sometan a ella sin esfuerzo; en la que la autoridad del gobierno, sea respetada como necesaria y no como divina; mientras el respeto que se tributa al jefe del Estado no es hijo de la pasión, sino de un sentimiento razonado y tranquilo. Gozando cada uno de sus derechos, y estando seguro de conservarlos, así es como se establece entre todas las clases sociales una viril confianza y un sentimiento de condescendencia recíproca, tan distante del orgullo como de la bajeza.
Conocedor de sus verdaderos intereses, el pueblo comprenderá que, para aprovechar los bienes de la sociedad, es necesario someterse a sus cargas. La asociación libre de los ciudadanos podría reemplazar entonces al poder individual de los nobles, y el Estado se hallaría a cubierto contra la tiranía y contra el libertinaje.
Entiendo que en un Estado democrático, constituido de esta manera, la sociedad no permanecerá inmóvil; pero los movimientos del cuerpo social podrán ser reglamentados y progresivos. Si tiene menos brillo que en el seno de una aristocracia, tendrá también menos miserias. Los goces serán menos extremados, y el bienestar más general. La ciencia menos profunda, si cabe; pero la ignorancia más rara. Los sentimientos menos enérgicos, y las costumbres más morigeradas. En fin, se observarán más vicios y menos crímenes.
A falta del entusiasmo y del ardor de las creencias, las luces y la experiencia conseguirán alguna vez de los ciudadanos grandes sacrificios. Cada hombre siendo análogamente débil sentirá igual necesidad de sus semejantes; y sabiendo que no puede obtener su apoyo sino a condición de prestar su concurso, comprenderá sin esfuerzo que para él el interés particular se confunde con el interés general.
La nación en sí será menos brillante si cabe, o menos gloriosa, y menos fuerte tal vez; pero la mayoría de los ciudadanos gozará de más prosperidad, y el pueblo se sentirá apacible, no porque desespere de hallarse mejor, sino porque sabe que está bien.
Si todo no fuera bueno y útil en semejante estado de cosas, la sociedad al menos se habría apropiado de todo lo que puede resultar útil y bueno, y los hombres, al abandonar para siempre las ventajas sociales que puede proporcionar la aristocracia, habrían tomado de la democracia todos los dones que ésta puede ofrecerles.
Pero nosotros, al abandonar el estado social de nuestros abuelos, dejando en confusión, a nuestras espaldas sus instituciones, sus ideas y costumbres, ¿qué hemos colocado en su lugar?
El prestigio del poder regio se ha desvanecido, sin haber sido reemplazado por la majestad de las leyes. En nuestros días, el pueblo menosprecia la autoridad; pero la teme, el miedo logra de él más de lo que proporcionaban antaño el respeto y el amor (...).
(...) La división de las fortunas ha disminuido la distancia que separaba al pobre del rico; pero, al acercarse, parecen haber encontrado razones nuevas para odiarse, y lanzando uno sobre otro miradas llenas de terror y envidia, se repelen mutuamente en el poder. Para el uno y para el otro, la idea de los derechos no existe, y la fuerza les parece, a ambos, la única razón del presente y la única garantía para el porvenir.
El pobre ha conservado la mayor parte de los prejuicios de sus padres, sin sus creencias; su ignorancia, sin sus virtudes; admitió como regla de sus actos, la doctrina del interés, sin conocer sus secretos y su egoísmo se halla tan desprovisto de luces como lo estaba antes su abnegación.
La sociedad está tranquila, no porque tenga conciencia de su fuerza y de su bienestar, sino, al contrario, porque se considera débil e inválida; teme a la muerte, ante el menor esfuerzo; todos sienten el mal, pero nadie tiene el valor y la energía necesarios para buscar la mejoría; se tienen deseos, pesares, penas y alegrías que no producen nada visible, ni durable, como las pasiones de senectud que no conducen más que a la impotencia.
Así abandonamos lo que el Estado antiguo podía tener de bueno, sin comprender lo que el Estado actual nos puede ofrecer de útil. Hemos destruido una sociedad aristocrática y, deteniéndonos complacientemente ante los restos del antiguo edificio, parecemos quedar extasiados frente a ellos para siempre.
Lo que acontece en el mundo intelectual no es menos deplorable.
Estorbada en su marcha o abandonada sin apoyo a sus pasiones desordenadas, la democracia de Francia derribó todo lo que se encontraba a su paso, sacudiendo aquello que no destruía. No se la ha visto captando poco a poco a la sociedad, a fin de establecer sobre ella apaciblemente su imperio; no ha dejado de marchar en medio de desórdenes y de la agitación del combate. Animado por el calor de la lucha, empujado más allá de los límites naturales de su propia opinión, en vista de las opiniones y de los excesos de sus adversarios, cada ciudadano pierde de vista el objetivo mismo de sus tendencias, y mantiene un lenguaje que no concuerda con sus verdaderos sentimientos ni con sus secretas aficiones.
Así nace la extraña confusión de la que somos testigos.
Busco en vano en mis recuerdos y no encuentro nada que merezca provocar más dolor y compasión que lo que pasa ante mis ojos. Al parecer se ha roto en nuestro días el lazo natural que une las opiniones a los gustos y los actos a las creencias. La simpatía que se observaba entre los sentimientos y las ideas de los hombres ha sido destruida, y se podría decir que todas las leyes de analogía moral están abolidas.
Se encuentran ano entre nosotros cristianos llenos de celo, cuya alma religiosa quiere alimentarse de las verdades de la otra vida. Son los que lucharán, sin duda, en favor de la libertad humana, fuente de toda grandeza moral. El cristianismo que reconoce a todos los hombres iguales delante de Dios, no se opondrá a ver a todos los hombres iguales ante la ley. Pero, por el concurso de extraños acontecimientos, la religión se encuentra momentáneamente comprometida en medio de poderes que la democracia derriba, y le sucede a menudo que rechaza la igualdad que tanto ama, y maldice la libertad como si se tratara de un adversario, mientras que, si se la sabe llevar de la mano, podrá llegar a santificar sus esfuerzos.
Al lado de esos hombres religiosos, descubro otros cuyas miradas están dirigidas hacia la tierra más bien que hacia el cielo; partidarios de la libertad, no solamente porque ven en ella el origen de las más nobles virtudes, sino sobre todo porque la consideran como la fuente de los mayores bienes, desean sinceramente asegurar su imperio y hacer disfrutar a los hombres de sus beneficios. Comprendo que ésos van a apresurarse a llamar a la religión en su ayuda, porque deben saber que no se puede establecer el imperio de la libertad sin el de las costumbres, ni consolidar las costumbres sin las creencias; pero han visto la religión en las filas de sus adversarios, y eso ha bastado para ello; unos la atacan y los otros no se abreven a defenderla.
Los pasados siglos han contemplado cómo las almas bajas y venales preconizaban la esclavitud, mientras los espíritus independientes y los corazones generosos luchaban sin esperanza por salvar la libertad humana. Pero se encuentran a menudo en nuestros días hombres naturalmente nobles y altivos cuyas opiniones están en oposición con sus gustos, que elogian el servilismo y la ramplonería que nunca conocieron por sí mismos. Hay otros, al contrario, que habían de la libertad como si sintiesen lo que hay de noble y grande en ella, que reclaman ruidosamente en favor de la humanidad derechos que ellos siempre despreciaron.
Descubro también a unos hombres virtuosos y apacibles, a los que sus costumbres puras, sus hábitos tranquilos, su bienestar económico y sus luces intelectuales colocan naturalmente a la cabeza de las masas que los rodean. Llenos de amor sincero por la patria, están prontos a hacer por ella grandes sacrificios; sin embargo, la civilización encuentra a menudo en ellos adversarios decididos; confunden sus abusos con sus beneficios, y en su espíritu la idea del mal está indisolublemente unida a la de cualquier novedad.
Muy cerca veo a otros que, en nombre del progreso y esforzándose en materializar al hombre, quieren encontrar lo útil sin preocuparse de lo justo, la ciencia lejos de las creencias, y el bienestar separado de la virtud. Se llaman a sí mismos los campeones de la civilización moderna, y se ponen insolentemente a la cabeza, usurpando un lugar que se les presta y del que los rechaza su indignidad.
¿En dónde nos encontramos?
Los hombres religiosos combaten la libertad, y los amigos de la libertad atacan a las religiones. Espíritus nobles y generosos elogian la esclavitud, y almas torpes y serviles preconizan la independencia. Ciudadanos decentes e ilustrados son enemigos de todos los progresos, en tanto que hombres sin patriotismo y sin convicciones se proclaman apóstoles de la civilización y de las luces.
¿Es que todos los siglos se han parecido al nuestro? ¿El hombre ha tenido siempre ante los ojos como en nuestros días, un mundo donde nada se enlaza, donde la virtud carece de genio, y el genio no tiene honor; donde el amor al orden se confunde con la devoción a los tiranos y el culto sagrado de la libertad con el deprecio a las leyes; en que la conciencia no presta más que una luz dudosa sobre las acciones humanas; en que nada parece ya prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso?
¿Pensaré acaso que el Creador hizo al hombre para dejarlo debatirse constantemente en medio de las miserias intelectuales que nos rodean? No podría creerlo: Dios dispone para las sociedades europeas un porvenir más firme y más tranquilo; ignoro sus designios`, pero no dejaré de creer en ellos porque no puedo penetrarlos, y más preferiría dudar de mis propias luces que de su justicia.
Hay un país en el mundo donde la gran revolución social de que hablo parece haber alcanzado casi sus límites naturales. Se realizó allí de una manera sencilla y fácil o, mejor, se puede decir que ese país alcanza los resultados de la revolución democrática que se produce entre nosotros, sin haber conocido la revolución misma.
Los emigrantes que vinieron a establecerse en América a principios del siglo XVII, trajeron de alguna manera el principio de la democracia contra el que se luchaba en el seno de las viejas sociedades de Europa, trasplantándolo al Nuevo Mundo. Allí, pudo crecer la libertad y, adentrándose en las costumbres, desarrollarse apaciblemente en las leyes.
Me parece fuera de duda que, tarde o temprano, llegaremos, como los norteamericanos, a la igualdad casi completa de condiciones. No deduzco de eso que estemos llamados un día a obtener necesariamente, de semejante estado social, las consecuencias políticas que los norteamericanos han obtenido. Estoy muy lejos de creer que ellos hayan encontrado la única forma de gobierno en que puede darse la democracia; pero basta que en ambos países la causa generadora de las leyes y de las costumbres sea la misma, para que tengamos gran interés en conocer lo que ha producido en cada uno de ellos.
No solamente para satisfacer una curiosidad, por otra parte muy legítima, he examinado la América; quise encontrar en ella enseñanzas que pudiésemos aprovechar. Se engañarán quienes piensen que pretendí escribir un panegirice; quienquiera que lea este libro quedará convencido de que no fue ése mi propósito. Mi propósito no ha sido tampoco preconizar tal forma de gobierno en general, porque pertenezco al grupo de los que creen que no hay casi nunca bondad absoluta en las leyes. No pretendí siquiera juzgar si la revolución social, cuya marcha me parece inevitable, era ventajosa o funesta para la humanidad. Admito esa revolución como un hecho realizado o a punto de realizarse y, entre los pueblos que la han visto desenvolverse en su seno, busqué aquél donde alcanzó el desarrollo más completo y pacifico, a fin de obtener las consecuencias naturales y conocer, si se puede, los medios de hacerla aprovechable para todos los hombres. Confieso que en Norteamérica he visto algo más que Norteamérica; busqué en ella una imagen de la democracia misma, de sus tendencias, de su carácter, de sus prejuicios y de sus pasiones; he querido conocerla, aunque no fuera más que para saber al menos lo que debíamos esperar o temer de ella.
Concluyo señalando yo mismo lo que un gran número de lectores considerará como el defecto capital de la obra. Este libro no se pone al servicio de nadie. Al escribirlo, no pretendí servir ni combatir a ningún partido. No quise ver, desde un ángulo distinto del de los partidos sino más allá de lo que ellos ven; y mientras ellos se ocupan del mañana, yo he querido pensar en el porvenir.

Claves del pensamiento de Alexis de Tocqueville


  Tocqueville vivió en un periodo histórico en el cual las mayores potencias del mundo, principalmente europeas, estaban regidas, la mayoría, por un sistema político absolutista. Tanto Rusia, como Prusia e incluso Francia, el país de Tocqueville, estuvieron bajo un gobierno de tal tipo. Para poder apreciar gobiernos de una ideología más igualitaria para sus ciudadanos, tendríamos que mirar al otro lado del océano Atlántico donde muchas de las antiguas colonias europeas se han emancipado de su "metrópolis" ,formando naciones independientes con ideales contrapuestos a la Europa absolutista del momento, ideales de democracia (la cual definió de muchas maneras como por ejemplo "La democracia es un hecho básico de todas las bases modernas”, lo percibe como "un movimiento hacia la igualdad) y libertad, entre otros, que muchos ilustrados habían defendido durante el siglo XVIII y XIX.

 Así pues, una de estas colonias son los Estados Unidos de América, fundada con tales ideas recién comentadas y que serán la base del pensamiento de Tocqueville y de su obra "La democracia en América". Cabe destacar que las ideas de "democracia" y "libertad" son distintas y no van siempre unidas por lo que explicaría por que el modelo democrático triunfa en Estados Unidos donde ambas ideas se corresponden, y no en su Francia natal, donde la democracia y la igualdad no se llegan a "compenetrar" por así decirlo.  

 Para entenderlo mejor, basta con hacer referencia a los hechos. En EE UU, la democracia y la libertad iban unidas porque era regulada por la Ley, es decir, había un Gobierno "justo" donde todos los ciudadanos formarían parte y eran libres e iguales (quizás sea necesario mencionar que Tocqueville no comentaba nada sobre las mujeres y los hombres de raza negra en cuanto a la democracia. Tales ideas de igualdad de sexo y raza en la sociedad tendrían que esperar unas décadas más para aparecer con fuerza en la sociedad occidental). Tocqueville explicó que hay varias causas que favorecen la democracia en EE.UU tales como causas accidentales (situación geográfica, riquezas sin explotar, sin enemigos accidentales).causas legislativas (constitución federal, organización local donde las ciudades tenían bastante poder habiendo una "federación de municipios") o por el principio de contrapesos de poder que evitaba el abuso de poder. En Francia la democracia no alcanza un esplendor equiparable al de EE UU quizás, entre otras cosas, por la falta de relación entre el Estado y los ciudadanos.

  Por último, Tocqueville dice que la sociedad democrática es la base para una nación más prospera y pacífica que acabará triunfando sobre el Antiguo Régimen.

Descripción de la obra del fragmento


                                                   La Democracia en América (1835- 1840)


La Descripción que Tocqueville realizó en su obra llamada " La Democracia en América" de la recien nacida república de los Estados Unidos, nos ayuda a hacernos una idea del ambiente sociopolítico de aquella sociedad que estaba dando unos cambios de gran embergadura y repercusión, comparándolos con los modelos europeos de la época. El político francés fascinado con este modelo y asombrado con su funcionalidad, realiza un exhaustivo estudio para comprender dicha sociedad, estudiando sus principios políticos y analizarlos consigiendo así un estudio de la igualdad y la libertad. Explicará también la diviesión de poderes que encontró y otros principios que luego tratará de relacionarlos con la cultura americana de la época y con los diferentes escalones sociales en Norteamérica. Además el autor, muy sorprendido con dicho sistema y su gran funcionalidad, tratara de evaluar una posibilidad para trasladar este sistema fuera de las fronteras norteamericanas.

BIOGRAFÍA

Alexis de Tocqueville 

Alexis Henri Charles de Clérel de Tocqueville, hijo de una familia noble modesta, fue un político, historiador y pensador nacido en 1805 en Francia. Su familia durante la época de la Revolucíon Francesa perdío alguno de sus miembros, hecho que le hizo no confiar en los revolucionarios.
Tocqueville realizó los estudios de Derecho y recibío una plaza de magistrado en Versalles.
Viajó a Estados Unidos para observar y estudiar el sistema penitenciario de este país. Tras permanecer allí dos años que le llevo a estudiar el sistema social y político de Estados Unidos escribiendo una de sus grandes obras "La Democracia en América entre 1835 y 1840.
Ya de regreso en Francia se dedicó a la política, ingresando en 1838 en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, siendo elegido diputado en 1939. Se opuso a la Revolución de 1848 y al golpe de Estado de Luis Napoleón de 1851, hecho que le llevaría a ser encarcelado junto a otros diputados. Antes llegó a ser ministro de Asustos Exteriores y vicepresidente de la Asamblea Nacional, pero tras el Golpe de Estado y la llegada del Segundo Imperio dejó la política y se dedicó a su otra gran obra "El Antiguo Regimen y la Revolución" en 1856. En 1858 su salud empeoró muriendo en Cannes en el año 1859.